Yo estoy con el enemigo
Este artículo lo escribí en febrero de 2012, muy pero que muy en caliente. Fue cuando tras unas manifestaciones de estudiantes de 14 y 15 años de edad, en Valencia, en las que la policía cargó innecesariamente. Posteriormente, el jefe de policía, en una comparecencia pública, se refirió a los estudiantes -de 14 y 15 años de edad, insisto- como «el enemigo».
Lo siento. Estoy con el enemigo. Ver a policías dotados hasta los dientes de material antidisturbios golpeando con saña a estudiantes –entre ellos menores de edad– y viandantes en Valencia es intolerable. Ojalá merezca la atención del Comité de los Derechos del Niño y del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Y es tan intolerable que han recurrido a la técnica del pulpo que suelta tinta para esconderse detrás de la opacidad y la confusión. Han utilizado incluso dos líneas de confusión: se convoca a la opinión pública y siempre biempensante para decir que los presuntos agresores eran “radicales” y “antisistema”. Pues que conste: yo soy radical. Radical es el que va a la raíz de las cosas. Yo me opongo radicalmente a la pena de muerte, a la tortura, a los atentados contra el derecho a la vida y contra los demás derechos humanos. Pero se mezcla a radicales con extremistas y se descalifica a todos de un solo golpe.
Ser antisistema tampoco es necesariamente malo. Dependerá de a qué sistema nos referimos. ¿O no? Hay motivos para objetar a un sistema que recorta en educación, en sanidad y en cultura pero no recorta precisamente en seguridad y en gastos militares, que se llevan en general menos recortes que el resto, cuando no aumentos. Querer cambiar este sistema no es malo, en absoluto.
Otra línea de confusión
La otra línea de confusión consiste en desviar la atención. Resulta que lo que hemos visto en las imágenes no era brutalidad policial; según el ministro de Justicia, fueron los agentes a los que se agredió violentamente. En la hipótesis –sólo hipótesis– de que fuera así, no parece que lo que hemos visto fuera una reacción correcta y proporcionada a la agresión. Hacer público que algunos agentes recibieron policontusiones –o sea golpes en lenguaje normal– y mordeduras
no hace sino confirmar la desproporción, sobre todo, cuando se hace el esfuerzo de no publicar los partes médicos de los manifestantes.
Porque el quid de la cuestión está allí. En la desproporción manifiesta. Ir antidisturbios completamente pertrechados contra jóvenes –repito que muchos de ellos menores– con mochilas en las espaldas llenas de libros, apuntes, escuadras y lápices, e ir a porrazo limpio es desproporcionado aquí y en Uagadugú. Los Principios Básicos de Naciones Unidas sobre el Empleo de la Fuerza y las Armas de Fuego recuerdan que la fuerza debe ser proporcional y legítima y que debe reducirse al mínimo requerido por la situación. En este caso, las imágenes señalan claramente que los mínimos brillaron por su ausencia. El artículo 20 de estos mismos principios apela a buscar una solución pacífica de conflictos, y a usar técnicas de persuasión, negociación y mediación. El mundo al revés. He visto en televisión que quienes utilizaban –en vano técnicas de persuasión, negociación y mediación eran los estudiantes que se manifestaban, así como otros manifestantes y algunos viandantes.
Presunción de legitimidad
El ministro de Justicia también se ha apuntado a la innovación y nos regala un nuevo principio fundamental, al abogar por la “presunción de actuación legítima siempre a las fuerzas de seguridad”. Lo siento. Yo creo que la presunción de inocencia en todo caso irá a favor de la parte más débil, es decir, la de los manifestantes detenidos. Con los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley no caben presunciones. Pagamos impuestos para que sean los defensores de primera línea de los derechos humanos. No pagamos impuestos para tener que indignarnos con actuaciones como las de Valencia.
La labor de las fuerzas de seguridad no es fácil, nadie dijo que lo fuera. Su labor puede ser muy ingrata y se hace aún más difícil si no siguen escrupulosamente los principios internacionales porque entonces el resultado es que generan desconfianza en la sociedad a la que pretenden servir. Por convicción, creo que deberían ser los defensores de primera línea de los derechos humanos pero imágenes como las que hemos visto dan la impresión de todo lo contrario. Y la culpa no es de los medios de comunicación que difunden las imágenes. Los que no respetan la proporcionalidad en el uso de la fuerza –policías, mandos o responsables políticos– se dificultan a sí mismos la tarea y la hacen más ingrata porque fomentan la desconfianza de la sociedad. No son buenos profesionales.
Y, para colmo, se nos pide que no demos imagen de país de “violencia callejera” y se nos pide recuperar “la paz social”. Pero ¿quién puso la violencia en la calle en este caso? El mundo al revés. Cuando el jefe de Policía de Valencia decía que no podía revelar “al enemigo” cuáles eran sus fuerzas, no dejo de preguntarme a quién consideraba enemigo. Porque si el enemigo es quien cuestiona este tipo de actuaciones, yo estoy con el enemigo.
Prefiero a jóvenes en la calle, cuestionando pacíficamente este tipo de cosas, que a corderitos pasivos en su casa, viendo Gran Hermano. Lo dicho. Estoy con el enemigo.
Andrés Krakenberger, Activista de Derechos Humanos
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