Compártelo en | Share in:

Han caído las caretas.

Hay una familia compuesta por un padre de unos  41 años de edad, una madre de 42, dos hijas menores de edad, una de 6 y otra de 3 años. También está una hija de 21 años, embarazada y acompañada de su compañero -que será padre del nieto en ciernes- de 20 años. No tienen recursos, y es difícil que consigan salir de esa situación por algo tan sencillo como su origen étnico. La etnia a la que pertenecen, en la sociedad en que viven, es sistemáticamente tratada con desprecio y marginada en los ámbitos político y social, e incluso culturalmente y en determinados medios de comunicación. Eso hace que, como en otros lugares del mundo con etnias malditas y discriminadas, se diga que todo el que pertenece a ellas es un indeseable, un delincuente, un asocial -haya hecho algo o no- aunque el índice de criminalidad en dicha etnia sea similar al de la sociedad en general que les rodea. Aunque no hayas hecho nada eres un criminal. Y si no lo eres, se te relaciona con alguien que lo sea. Da igual. A los de la etnia que se integran se les desprecia sin más, pero se les perdona la vida. Los que no tienen medios, y están marginados lo tienen claro.

Vivían con las dificultades propias de esa situación en un barrio de una gran ciudad, pero al acabarse el alquiler de la vivienda que ocupaban porque la dueña de la misma quería recuperarla, se vieron en la tesitura de encontrarse en la calle. Podían haber roto la unidad familiar y haber ido por separado unos y otros a viviendas de otros familiares, pero lógicamente preferían mantener la unidad familiar.

Un amigo ocupa iba a dejar la vivienda que ocupaba en un pueblo cercano a otra ciudad cercana y más pequeña. Es de estos pueblos que prácticamente han quedado engullidos por la ciudad al crecer ésta. Esa vivienda llevaba ya algún tiempo ocupada por ocupas y nunca había supuesto un problema. Pero claro, los ocupas anteriores no eran de la etnia odiada.

Al acudir allí la familia, gente de todo tipo del pueblo, o barrio si lo prefieren, se moviliza. No se movilizan para buscar una mejora en la situación de crisis que afecta a muchos de ellos. No se movilizan para mejorar su situación. Se movilizan para no tener entre ellos a alguien de la etnia denigrada. La situación se hace irrespirable pero afortunadamente alguien les ayuda a conseguir otra vivienda de alquiler en el pueblo. Y algunos vecinos se acercan y comprueban que no son monstruos. Pero amigo, el estigma es una enfermedad contagiosa y las amenazas y desprecio que recibe la familia se extienden a esas pocas personas que les ayudan. Por ocupar esta vivienda son multados por vía judicial. Y la familia tiene que irse a un centro de acogida social.

Entre tanto, dado que reúnen todos los requisitos para ello, solicitan y, tras muchos meses -lo cual desgraciadamente es lo habitual para todos los que acuden  a los servicios sociales en tiempos de crisis en esta situación- les es asignada una vivienda de titularidad pública en otro pueblo de los alrededores de la ciudad.

Pero el estigma les acompaña. Tanto es el odio que gente del primer barrio se une a la del segundo barrio y se organizan. Algunos cometen el delito de destruir la vivienda en cuestión, e impiden la entrada. Hasta se dejan fotografiar orgullosos con sus palos y pancartas. No les va a pasar nada. Incluso llegan a afirmar que la propia policía les ha recomendado movilizarse y esto lo recogen algunos medios de comunicación. Entre tanto, para cobrar la multa por haber ocupado la vivienda en el primer pueblo, la policía se persona en el centro de acogida social y lleva a varios de los miembros de esta familia a una comisaría. Si no pagan la multa, serán llevados a un centro penitenciario. Y eso que se trata claramente de personas insolventes. ¿Cuántos casos conocen ustedes en los que la policía se persona a hacer efectiva una multa por la vía coercitiva sin que los afectados siquiera hubieran recibido una comunicación de comparecencia, judicial o policial, para dar cumplimiento al fallo de una sentencia judicial que, además, está recurrida? Pero claro, estamos hablando de la etnia maldita, así que es igual.

¿Estamos hablando de la Alemania de 1933, antes de que tomara el poder en unas elecciones democráticas el Partido Nacional-Socialista Alemán? ¿Antes de que instauraran las leyes de Nuremberg elevando la discriminación a rango de ley? No. Para nada. Eso pasó hace muchos años. Ah, bien, es más reciente. ¿Estamos hablando de Myanmar hará un año, antes de que se desatara la campaña de limpieza étnica sistemática contra los Rohingyas? No, tampoco. Para mi vergüenza estamos hablando de Vitoria-Gasteiz, ahora, en pleno 2018. ¿Cómo es posible que la Policía no haya actuado después de que se allanara y destrozara una vivienda asignada a esta familia, vivienda que, además, es de titularidad pública?

Miren ustedes, sé de lo que hablo. Entre las víctimas de Auschwitz tengo documentadas a unas poquísimas con mi apellido. En Auschwitz II-Birkenau algo que se suele olvidar es que habría un “Zigeuner Lager” (Campo de Gitanos) situado en el Sector BIIe del mismo. El 16 de mayo de 1944, en su jerga, las SS “liquidaron el campo”, es decir, los enviaron a todos y a todas a las cámaras de gas. En Auschwitz perecieron 21.000 romaníes, de los cuales 11.000 eran niños y niñas. Aquí he oído a algunas personas decir que ni gitanos ni nigerianos, ni en Astegieta, ni en Abetxuko, ni en Vitoria-Gasteiz. ¿Dónde entonces? ¿Estuvo bien Auschwitz? Se dice que quien desconoce su historia está condenado a repetirla. Porque oigan, lo de Auschwitz, bastantes años antes, empezó así. Atribuyendo conductas reprobables a quienes no las tienen, como excusa para excluirles. Y organizándose para excluir. Con el aprovechamiento mutuo que brinda una opción política, o propiciando que un partido enarbole la exclusión, o creando una plataforma electoral si viniera bien. Con discurso del odio puro y duro como éste, disfrazado de lucha contra una delincuencia que en este caso no se da.

Se es racista o no se es. Llegados aquí ya no cabe la consabida y clásica irracionalidad de que “no soy racista pero…”, o su versión más novedosa: “llévatelos a tu casa”. Han caído las caretas.

Artículo publicado en los siguientes medios:

El Correo 2 de marzo de 2018

Diario Vasco 2 de marzo de 2018